La ética inexistente y el espíritu del capitalismo

El título de esta columna no es sólo una tangencial parodia al trabajo de Max Weber, sino que refleja justamente lo que dice: la inexistencia de una ética como elemento sustancial del capitalismo.

En estas últimas semanas uno de los temas en boga ha sido la crisis económica, crisis similar a otras a lo largo de la historia; una de esas crisis que parecen remecer las bases del capitalismo periódicamente, creando una buena excusa para refundar el capitalismo, decir que ahora sí que hay que fiscalizar el mercado, generar un pánico general que ad portas de la hecatombe es detenido alzando a los líderes mundiales como los salvadores del mundo, y un largo etcétera de consecuencias sociales, mediáticas, económicas, políticas, entre otras. Ahora bien, más allá de que aún no se haya resuelto la actual crisis ni se hayan dimensionado los reales alcances de la misma, creo que no es muy descabellado pensar que esta crisis no es más que una refundación del statu quo capitalista, que consiste básicamente en que la relación estado-mercado sea constante y uniforme; como si se tratara del crimen perfecto, el estado vigila que la policía no llegue mientras el mercado comete el delito. Leyes y aparatos burocráticos capaces de autorreproducirse sirven para legitimar el tránsito mercantil, el mismo que gozará de una inyección de alrededor de 700 mil millones de dólares para ser salvado. ¿Salvado de qué? Quizás de la codicia de sus propios creadores y actores, de los que están a cargo de efectuar el tránsito mercantil. Entonces ¿no sería una falla estructural del capitalismo basarse en el instinto y la especulación del ser humano, que así como puede ser un buen salvaje puede ser un energúmeno bajo la influencia del capital? Probablemente sí se trate de un obstáculo insalvable, poco predecible para don Adam Smith, porque quizás en su época había pura buena gente. Lo siento, señor Smith, pero su pequeño experimento al parecer se salió de sus límites.

El economista norteamericano Paul Sweezy fue uno de los primeros en teorizar sobre las formas de sobrevivencia y autoreproducción del capitalismo. Él creó el concepto de “guerra infinita”, aludiendo a la necesidad específica de USA de inyectar muchísimo dinero a su mercado a través del gasto militar. En definitiva, para Estados Unidos un gran presupuesto en defensa significa un gran dinamismo económico. De ahí emanan la Guerra Fría y sus sub-componentes; Guerra de Corea, Vietnam, etc. El vínculo entre grandes compañías productoras de armas e integrantes del gobierno norteamericano fue la evidencia más clara de esto. Ahora bien, la guerra infinita es la condición de subsistencia a largo plazo, pero también existen episodios que garantizan (dependiendo de cómo se manejen) el glorioso renacer del capitalismo; los “cracks bursátiles”. El más famoso es el del año 1929, el conocido “jueves negro” de Wall Street, donde las base del capitalismo de bolsa de valores, la manifestación máxima de la especulación, le pasó la cuenta a Estados Unidos y luego al mundo. A mi parecer, aquel episodio fue la vez donde más cerca estuvo de colapsar el capitalismo. Ya tenía competencia en la URSS, y los ideólogos del capitalismo no tenían un bagaje de maniobras (limpias y sucias) como para revivir como el ave fénix. De hecho el New Deal de Roosevelt, casi por miedo, recurrió al keynesianismo para intervenir el mercado y darle un valor relativo al rol del Estado. Pero una vez que se pulieron aquellas fallas (con la creación de la guerra infinita, por ejemplo), ya no fue necesario acudir al Estado para salvar la situación. El capitalismo se ha independizado de muchas de las fuerzas que lo vieron nacer, entre ellas la misma mano de obra, tratando de mecanizar la producción. Ahora es mucho más que un sistema económico, puesto que es generador de cultura, política y sociedad. Es un sistema que crea a sus propios componentes, un sistema autopoiético y diferenciado, en clave luhmaniana. Por eso, el crack del año 2008 se vio como una hecatombe, pero casi siempre esto es potencial: mientras se trate del capitalismo, hay una carta bajo la manga. Esa opción casi nunca se agota, puesto que el sistema, más allá de sus fallas estructurales está bien diferenciado y sus componentes tienen un grado de conexión entre sí que dan fe de la auto-organización del capitalismo. Eso, en última instancia, lo hace subsistir.

Pero aunque las opciones no se agoten, la clave está en la crítica a esas artimañas. Porque no debemos perder de vista que la carta bajo la manga se usa cuando se agotaron las soluciones legales o cuasi-legales, por lo que siempre la última solución se trata de una incoherencia humana nunca antes vista. Durante el siglo XX esta salida se encontró en la guerra, dentro de un contexto ideológico que lo permitía; encajarles guerras a sectores semi-periféricos de la órbita soviética y dictadores a Latinoamérica era casi un alivio y necesidad imperiosa para el mundo de aquellos años. Hoy, aquello ya no es tan aceptado, y la guerra en Irak sería uno de los últimos vestigios, un ensayo (que espero termine en error) de la teoría del choque de civilizaciones para justificar la guerra. Entonces ¿qué queda? Queda la nueva globalización que (ahora sí) es sinónimo de una integración a nivel mundial, donde se debe refundar el mito del capitalismo a una voz y se deben “coordinar” las economías. Hasta donde yo sé, la coordinación consistía en que USA tocaba el tambor y el mundo marchaba a tal ritmo. Pero no, ahora resulta que todos saldremos juntos en nombre de la humanidad, de la Ilustración, de todo lo bueno, de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad, del amor, de la moral, y de todas las estupideces que ustedes puedan imaginar (considerando que aquella “coordinación” incluye la inyección de cantidades inefables de dinero a lo largo del globo).

Sólo diré dos cosas para evidenciar que esta globalización es la carta bajo la manga y la más incoherente excusa: primero, se han inyectado cantidades monstruosas de dinero salidas de la población del mundo (porque son dineros estatales, es decir, el estado se acordó de que era la geisha del mercado) ya sean en forma de pago de impuestos u otros, para garantizar la existencia del sistema que justamente es responsable de que más de mil millones de personas vivan con menos de un dólar al día, que es responsable también del desempleo masificado y del surgimiento de una sociedad del riesgo, atomizada, productora de estrés, sin cultura; segundo (y en relación a lo anterior), se inyectan estos dineros que parecen salidos de cifras de cuando jugábamos a llenar de números la pantalla de la calculadora, al mismo tiempo que existe una condición de pobreza masificada al punto de representar al menos un sexto de la población mundial, a vista y paciencia de los benevolentes líderes que se coordinan para salvarnos del Apocalipsis. ¿Puede existir una incoherencia más humillante que ésta: que el señor Bush diga que inyectará US$700.000.000 al mercado financiero, donde están los más expertos ladrones del universo, al tiempo que existe más de mil millones de personas que vivan con menos de un dólar al día? Pero lo más raro es que después los medios digan que el G8 y todas esas agrupaciones oligárquicas están a favor de revivir a continentes como África, y que harán todo lo posible para homologar el desarrollo. ¡Patrañas! El crack económico que vivimos se trata lisa y llanamente de mantener en la conciencia de la gente que el capitalismo es bueno, que los líderes mundiales son buenas personas y que si los líderes mundiales luchan por preservar el capitalismo entonces el mundo no puede ir mejor encaminado. Y ojo, que esto no digo porque los señores capitalistas sean malos o pesados; no estoy defendiendo ninguna ideología en particular ni me interesa demonizar a los baluartes del capitalismo de manera fácil; sólo digo que este sistema debe hacerse cargo de trascender su condición meramente económica y asumir su relevancia en la determinación de todos los aspectos de la sociedad, y en vez de hacer eso ha caído en la trampa de defender el proyecto moderno, pero sus acciones van en sentido contrario. En el imperio de la libertad del capitalismo algo que escasea es una real libertad, ya que incluso considerando justo que la sociedad siempre juega un rol determinante en la conducta humana en sociedades capitalistas las posibilidades de aportar voluntad propia a nuestras acciones están seriamente limitadas (aunque no vedadas, por algo estoy escribiendo aquí). Por lo tanto, más que hacer una crítica estándar y fácil del capitalismo, intento enfrentar al sistema frente a sus promesas de modernidad, para dejar a la luz sus incoherencias. No se trata de decir que el dinero es malo o que MTV es malo o que la Coca-Cola es mala sólo porque en Estados Unidos están aquellos imperios; se trata de abandonar por un momento la leal y a la vez traicionera ideología en pos de ver neutral y objetivamente las fallas estructurales de un sistema de poder que prometió ser el camino por el cual entrar a la modernidad, pero que ha fallado sistemáticamente en su intento, al preferir poner sus lealtades en sectores oligárquicos en vez de la humanidad (por eso sus fallas humanas pueden llegar a ser fortalezas del sistema). Muchos de los elementos materiales de los cuales disponemos día a día, como el dinero para utilizar un ejemplo paradigmático, no son intrínsecamente malos o buenos, puesto que su dimensión evaluativa no proviene de ellos (como si en un billete se pudiera ver el rostro de la maldad). Lo complicado es el valor que la sociedad le da a estos objetos, fetichizándolos; de ahí viene la real decadencia del sistema, no de los elementos básicos que sirven de mercancía sino del sentido social que la ideología dominante les otorga.

Ahora todas las bolsas parecen ascensores, pero si nos situamos en tiempos de “paz económica”, si el CEO de Coca-Cola (por poner un ejemplo) no tuvo sexo el día anterior con su amante igual la bolsa bajará porque el caballero andaba de mal humor, y los agentes de la bolsa temen y se dejan llevar por sus instintos capitalistas (es un ejemplo burdo, pero sirve para graficar la inestabilidad de un sistema que se supone es una compleja construcción de la civilización). Esa es la especulación, ese es el derecho de manosear el futuro del mundo según instintos y pensamientos codiciosos, relativos e intrínsecamente inestables. Y bajo la misma lógica se engendró esta vieja nueva crisis; en la sombra de esta crisis financiera se revelan las fallas humanas del capitalismo, que a su vez son, como ya dije, sus fortalezas sistémicas. Un sistema de poder de esa calaña, permítanme decirlo, no merece ser defendido por ningún ser humano, no por situarse en un lugar determinado del espectro ideológico o político, sino porque es una construcción deficiente de la civilización. No por nada más allá de los índices de crecimiento económico los instrumentos para medir el malestar social generalmente arrojan un disconformismo constante en la población. Ahora que ya no está ni el fantasma de la URSS, el capitalismo parece ser como la democracia: es el peor sistema, con excepción de todos los demás. Pero allí está la trampa: ¿y los demás? No existen otros sistemas de poder que le hagan competencia, y mucha gente comienza a comprarse el cuento de que pueden ser cómplices del capitalismo sin transformarse en ser ontológicamente malos. Y probablemente no exista ni existirá ningún ser humano que nazca con tal cualidad, pero al cooperar directamente con el espíritu del capitalismo, aquel que carece de una ética real, será cómplice de una de las mayores humillaciones del ser humano que haya visto la historia (y con esto generalizo, porque por mucho que África y otros pueblos subdesarrollados estén dentro del sistema internacional, los potenciales beneficios de los cuales la población central de la cultura cristiano-occidental, llámese USA y Europa principalmente están a años luz de llegar a aquellos márgenes del mundo).

En este punto, muchas personas podrán decir que incluso estando en contra del capitalismo, subsisten gracias a espacios marginales de desarrollo personal que deja el sistema. Y es verdad; apenas surgen instancias de sedición silenciosa éstas pueden ser legítimamente aprovechadas. Pero hacer eso sería olvidarse de la visión holística de la humanidad, ya que justamente el capitalismo fue y sigue siendo defendido como un sistema de alcance global, no sólo de población media o pequeñoburguesa (aunque si los paladines del capitalismo reconocieran aquello serían más creíbles); se trata de un sistema que pretende hacerse cargo del “futuro” de la humanidad. Y en el camino a transformarse en aquello más bien se ha transformado en una gran aberración, en un sistema autopoiético próximo a las antiutopías de las novelas de ciencia-ficción. Es cosa de ver datos; Estados Unidos, la nación donde libertad y patria son ideológicamente la misma cosa, ni siquiera está entre las 30 naciones con mayor libertad de prensa. ¿Por qué? Porque una cosa es lo que se predica y otra es lo más conveniente de hacer. En ese aspecto, en el del proyecto modernizador, el capitalismo ha dejado una huella muy irregular, de edades de oro y de crisis profundas, de libertades prometidas y efímeras, pero siempre atravesada por una idea presente en todos sus paladines y en sus funcionarios; la ausencia de una escala de valores normal ¿Por qué digo normal? Porque si es que el capitalismo tiene algún valor en el que se basa, está construido a partir de fundamentos que difícilmente tienen un parecido con el de las masas. Si las masas han optado por la maximización de intereses y de la producción, es porque el sistema lo ha querido así. Entonces que no vengan a hablar de valores humanitarios; mejor hablen de valores censitarios, y ahí suena más posible. Mejor háblenme de la expulsión de la moral en el mundo como base del capitalismo y ahí empezaremos a hablar honestamente. Mejor díganme que siempre el espíritu del capitalismo fue justamente aquello, el espíritu y no lo material (porque casi todo lo que hacemos tiene un correlato material, indistintamente si somos marxistas, capitalistas o de otra tendencia, mientras que la especulación capitalista es intrínsecamente intangible, es una cosa de números virtualmente reales). Mejor reconocer que la ética del capitalismo es no tener ética, y desde ahí poder reconstruir el viejo edificio de la civilización cristiano-occidental para superar esta modernidad manoseada (sin caer en una postmodernidad apocalíptica, por cierto). Sólo así se podrá combinar el discurso ideológico (como motivación válida para la acción de un individuo) con la crítica objetiva; sólo así podremos dejar de increpar al capitalismo inútilmente, y en vez de eso hacer que rinda cuentas a la historia y a la suya en particular. Es el primer paso para sembrar una forma de ética en donde nunca ha existido tal cosa.

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