Advertencia: este texto es fome, en serio, no tiene chistes ni nada, pero tiene una tonelada de buenas intenciones.
Almost Famous fue presentada como una simplona película de Disney donde se mostraría el rock y su época dorada con todos sus excesos y caricaturas, sin entregar más que sana diversión familiar para una aburrida tarde de primavera (gringa obviamente). Su director, Cameron Crowe, afortunadamente, logra sacarse de encima la mano facha de la productora y construye un relato tan honesto como su mensaje.
Ok, se que esto no es una crítica de cine, esto es un sitio de punk y de eso es lo que hablaremos.
Cuando leí el mensaje de entrada de este sitio -“Punk no es rock”- me sorprendió bastante, a decir verdad no supe que pensar, la frase era ondera, bien pensada y bien escrita, con esa belleza de lo simple pero poderoso, pero también con ese tufillo a altanería que suele tener lo bello y que siempre deja entrever algo que asusta a los normales. Entonces, en algún momento, entendí que esa frase traicionaba la historia del punk y era como escupir en la cara a nuestro padre.
Almost Famous, que por favor les pido que vean, es una película que relata la transición del viejo Rock de los 50 y 60 al nuevo y mejorado de los 70. Está ambientada en 1973 y todo gira en torno a la relación del regordete ñoño William Millar y una ficticia banda llamada Stillwater. Tranquilos, no les voy a contar la película, pero si la citaré a ratos, porque fue la película que logró resolver el porqué de esta columna, es una película que busca mostrar cuando todo se fue a la conchadesumadre y advertir a los normales de cómo evitar que nos pase lo mismo.
No sabría decir cuando empezó el rock, no sólo porque mi erudición al respecto es limitada sino que sería bastante difícil definir el conjunto de creaciones culturales que encausaron su madurez en el rock. Sólo sabemos que en un momento la música era un lujo de burgueses que se sentaban a escuchar los grandes clásicos, mil veces repetidos por orquestas sinfónicas, dando un espectáculo que más cumplía la función de entregar credenciales de buen gusto que de dar placer a los oyentes. Por otro lado, la música popular empezó con sonidos como el Jazz, creación obrera e hija de la libre interpretación de instrumentos hasta el momento atados a las estrictas convenciones de la música europea. Está también la Beat Generation o el dadaísmo y sus influencias en la música, sobre todo el constructivismo ruso. Están otras expresiones que no hay necesidad de traer a memoria, porque, cierto, esto es un blog de punk y no de masturbaciones culturales para demostrar conocimientos muchas veces inútiles.
Decíamos que no sabemos cuando comienza el Rock, pero como bien dice el personaje Lester Bang (periodista de Creem magazine y luego de Rolling Stone, tomado de la vida real), sabemos que en los 70 el rock se acabó. El Rock era la rebeldía y la rabia contra la apacible melodía de la irresponsabilidad de la burguesía occidental, por algo no nace de los niños bien de Europa o de EEUU, sino que de los cumas más cumas de estos países, sonidos creados por el desencanto ante la promesa incumplida de la modernidad, pero también por la siempre honesta mente de los jóvenes hijos de una clase obrera traicionada una y mil veces. El rock es hijo de la rabia.
El Rock, como buen hijo de la rabia, era el ruido que hacía saltar los tímpanos de toda una generación incrédula ante sus predecesores demasiado viejos –y no sólo de edad- como para crear algo nuevo. La rabia estaba en sus genes e hizo lo que debía: construir una buena intención. Pero ya sabemos, lo dijo el primer y último rockero de este país, Jorge González, “en las manos de la comercialización murió toda la buena intención”.
A ver, siempre es lo mismo: las creaciones revolucionarias siempre vienen de los de abajo, son poderosas porque son autónomas y el poder no sabe reaccionar ante ellas, pero llega un momento en que los niños bien secuestran la estética de la rabia y la hacen la cosmética de su hedonismo, pasó con el cristianismo en Roma, pasó con la revolución francesa, pasó con las vanguardias de principios del siglo XX, pasa ahora con el punk melódico y, obvio, pasó con el Rock.
El Rock no era sólo música, no era sólo la honestidad –usaremos mucho esta palabra-del primer Bob Dylan o de The Who en el disco Tommy, sino que era también las tomas de universidades en los 60, era el uso de drogas como aumentativo de las relaciones humanas, más humanas que nunca, el Rock era la idea simple de que no es necesario ser un cuico de mierda para hacer lo que se quiere… claro, ese idealismo sería el campo de su propia destrucción.
¿Qué pasó? Bueno, llegaron las rapiñas necesitadas de sangre nueva para viejos robos, sellos discográficos, managers, dealers y, sobre todo, la siempre dañina fama. Aquí el rock se fue a la mierda, en los 70 se acabó, no sólo mataron el rock, sino que destruyeron su esencia, lo que hace que lo amemos, lo arrasaron, sacaron su sangre, su alma, la vendieron como puta una y mil veces, las ratas lo tomaron con sus pútridas fauces, lo masticaron, tragaron y lo vomitaron en trozos asquerosos que se tenían nombres como rock progresivo, música disco o glam rock. No sólo la música murió en los 70, murió también la “buena intención”, fue el fin de la inocencia, ahora los escritores estaban demasiado preocupados de sonar rimbombantes y crípticos como para que su antiguo vecino de juventud pudiera entender (y comprar) sus libros, las minas eran demasiado cool como para estar con fanáticos gordos y sudados en los recitales, los rockeros demasiado drogados como para conversar con sus amigos, las composiciones de la música se habían vuelto tan virtuosas que sólo en un conservatorio se podía hacer aquello que antes se tocaba en las calles. El hijo de la rabia escupió a su padre en la cara, abandonó sus genes y se dejó caer en el hedonismo del “sexo, drogas y rock and roll”. Ya nada era honesto, nuevamente las garras del mercado hicieron cagar una creación popular y rebelde, ahora todo se trataba de quien moría de sobredosis primero y quien destruía más un hotel a cachas con una grupie.
Pero algo quedó vástago, de alguien no se acordaron los rockeros, de tanto mear sus propias raices, borrachos de copetes caros, drogas caras y mujeres baratas, olvidaron que quien les daba de comer eran los fans. Los que los vieron crecer ya estaban demasiado viejos y traicionados como para emprender la creación de nuevo, pero los fanáticos no son tipos con nombres y apellidos, son una institución, una permanencia histórica, el dato de la causa para que exista la industria de la música, y siempre aparecen… aparecemos.
A fines de los 70, luego de un lustro de basura llena de complejos arreglos y larguísimos y tortuosos solos de guitarra, la clase obrera estaba enojada de nuevo, debía crear con más rabia, ahora ya no se trataba de crear nuevos ritmos para tener algo propio que escuchar, sino que ahora había que recuperar al hijo secuestrado. Nadie entendió cuando 2 o 3 notas podían ser combinadas de tantas maneras como para crear discos completos llenos de canciones, todas tan distintas como iguales. El punk fue el rock de los 70, la operación de rescate del espíritu del rock, un ataque con lo mejor de la clase obrera a quienes los habían traicionado.
El punk, a diferencia del primer rock, no pudo morir, porque cada vez que los cuervos venían a comer los ojos del punk, este se los sacaba primero, los pateaba y creaba unos ojos nuevos ¿Desde donde? Bueno, desde donde salieron todos los anteriores: de la rabia, de la inacabable rabia de los que sobran. El punk se hizo indestructible porque simplemente lo que lo creaba no ha muerto, el punk habla de los que no nacimos ganadores, de la mina que se quedó con el artista jalero y no nos pescó, de la banda que tuvimos y no funcionó, de la plata que no tenemos y soñamos tener, de las drogas que nos daba miedo tirarnos, del estilo que nunca tuvimos. El punk era y es la música de aquellos que somos “demasiado buenos para el rock and roll”, como le enrostran en la película al guatón ñoño, aunque para este caso es mejor decir que es la música de aquellos que son demasiado honestos para ser bacanes.
No somos punks porque lo elegimos, somos punks porque el rock lo quiso así. Nosotros, el punk, somos la conciencia, el ángel a la izquierda de la cabeza del rock, somos el rock, somos los dadaístas, somos mi papá llegando cansado de la pega de mierda que le tocó tener para darnos dignidad, somos y siempre fuimos los no cool, los que nos hacemos mierda trabajando para que unos pocos bailen en nuestra espalda. Esa furia, esa rabia que te levanta y te acuesta todos los días fue la que creo el rock y es también la que creó el punk.
Nuestra rabia es el antídoto al hedonismo, al placer por el placer, porque sabemos que sólo siendo cuico la vida puede ser la raja, sólo siendo cuico no se tiene rabia y ahí las drogas, las minas y la música son objetos de consumo, para acabarlos como un paquete de papas fritas y luego botar el envoltorio vacío, sin acordarse de la alegría que les dieron. Nuestra rabia nos hace humanos, sin nosotros todo sería MTV, Paris Hilton y los guatones jaleros de Los Tres. Nuestra rabia en otros hombres y otro tiempo creó el Rock, como no se aplacó, entonces, creó el Punk, somos el mismo intento, el padre y el hijo sin jerarquías, por eso es importante reconocer a nuestro padre, mirarlo a la cara y reconciliarnos con él, porque sino, terminaremos como muchos imbéciles que cambiaron la rabia por la “buena onda” de sufrir por costumbre y pintarse el pelo de verde. El rock es rabia, el punk es rabia, la rabia nos mueve, nos hace. Rock es punk.
De las entrañas de nuestras comunas, Volodio.
PD: vean la película, es una apología a los honestos que amamos la música con rabia.
El rock noes solo rabia, so m parece un generalización :S, no creo k sea necesario que nasca necesariamente de un sentimiento de ira o amargura, resentimiento.